domingo, 15 de abril de 2012

10050 Cielo Drive


Charlie (Manson) fue a buscar a Tex Watson, y le dijo: “Tex, ve al 10050 de Cielo Drive. Mátalos a todos”. Luego, Manson llamó a tres de sus chicas: Patricia Krenwinkel, Linda Kasabian y Susan Atkins y les ordenó que fueran con Tex y que hicieran lo que él les dijera. Susan, uno de los miembros de La Familia más devotos de Manson, le preguntó: “¿Esto es Helter Skelter?”. Charlie contestó: “Sí. Es la hora de Helter Skelter”.
Helter Skelter no tiene una traducción fácil. Vendría a ser algo como ‘confusión’ y es el nombre que los ingleses dan a unos toboganes infantiles. También es el título de una canción de los Beatles compuesta por McCartney e incluida en el noveno disco de la banda, el legendario Álbum blanco publicado en noviembre de 1968. Ese invierno, Charlie Manson, un hippie tronado de Ohio, un delincuente habitual, un músico psicodélico, un filósofo de la universidad de la vida, un coleccionista de serpientes con formas de mujer, se hizo con el disco y lo escuchó una y otra vez mientras alucinaba con ácidos y viajaba a lomos del peyote.
En ese estado psicótico, Manson descubrió un código oculto en las canciones del Álbum blanco. Helter Skelter era la predicción de que una guerra apocalíptica estaba a punto de estallar entre negros y blancos. Los negros asesinarían a todos los blancos… salvo a Manson y a La Familia (su comuna de seguidores fanatizados), que asistirían a la destrucción de la raza blanca ocultos en un refugio subterráneo e impenetrable en el desierto californiano. Manson aseguraba que una vez asesinados todos los blancos, los negros se darían cuenta de que eran incapaces de gobernar América y La Familia saldría de su refugio y tomaría el poder.

“Es la hora de Helter Skelter”

Pero el tiempo pasaba y aunque la tensión racial se podía cortar con un cuchillo en aquellos años de panteras negras, mississippis y vietnames, Helter Skelter no llegaba. En la primavera de 1969, Manson encontró la explicación: como quiera que los negros no saben nada que no les haya enseñado un blanco, también había que enseñarles Helter Skelter.
Todo lo anterior le sonará ridículo al lector que no se haya metido un alucinógeno psicodélico antes de leer estas líneas. Al lector que sí, le sonará coherente.
El 8 de agosto de 1969, Charles Manson le respondía a Susan Atkins: “Sí. Es la hora de Helter Skelter” y le ordenaba que siguiera a Tex.
Charles ‘Tex’ Watson era un texano que había tenido una infancia cristiana y feliz. En la universidad todo se fue por el precipicio y acabó convertido en un pequeño camello que tuvo la increíble (mala) suerte de recoger en su coche a Dennis Wilson, el batería de los Beach Boys, de quien se hizo amigo. Poco después, Manson y sus chicas -preciosas y promiscuas- llegaban a la casa de Wilson con intención de quedarse. El beach boy -divorciado, mujeriego, alcohólico y drogadicto- los acogió. La familia Manson vivió a cuerpo de rey con el dinero de Wilson y Tex se convirtió en el ojo derecho de Manson. Tex, empapado en cocaína, hacía cualquier cosa que Manson le ordenara; incluso tomar un cuchillo de caza para ensayar Helter Skelter tratando de matar a dos mujeres en el aparcamiento de un casino. No lo logró, pero la intención le bastó para saber que podía.
Tampoco Patricia Krenwinkel dudaba en hacer lo que Manson le ordenaba. A fin de cuentas, obedecerle era lo que mejor se le daba desde que en septiembre de 1967 conociera a Charlie en Manhattan Beach, se acostara con él y lo dejara todo, trabajo, casa y familia, por seguirle, sin que le importara tener que compartir al líder con las dos primeras chicas de La Familia: Mary Brunner y Lynette Fromme.
Tampoco lo dudó Linda Kasabian, aunque esta llegó ya resabiada a los brazos de Manson. Kasabian era una hippie profesional que iba de comuna en comuna desde la adolescencia y que a los 19 años se había casado dos veces y había tenido un hijo. En la primavera de 1969, Kasabian conoció a otra chica Manson, que la invitó a Spahn’s Ranch, la comuna de La Familia. Linda fue hasta allí, pasó un día con Manson y volvió junto a su marido para robarle todo el dinero que tenía y correr hasta los brazos de Charlie.

“Soy el diablo”

La tercera, la que le preguntó a Manson si la misión era Helter Skelter, se llamaba Susan Atkins. Esta mujer merecería un libro solo para ella. De adolescente se escapó de casa y se unió a unos convictos fugados. Cuando salió de prisión, trabajó de stripper y luego como bailarina en el Sabbath de las Brujas de la Iglesia de Satán. El angelito Atkins conoció a Manson y como las demás, no dudó en seguirle. Era una devota absoluta del líder, enganchada a la cocaína y al LSD, y que disfrutaba con las misiones que le encargaba Manson, como allanar casas mientras los inquilinos estaban dormidos para cambiar las cosas de lugar.
Los cuatro, Tex, Patricia, Linda y Susan, subieron al auto y fueron hasta el 10050 de Cielo Drive, a la casa en Benedict Canyon que el matrimonio del cineasta Roman Polanski y la actriz Sharon Tate le había comprado al productor musical Terry Melcher, hijo de Doris Day y, lo más importante, amigo del beach boy Dennis Wilson. Melcher conoció a Manson e incluso se interesó por grabar su música. Pero jamás se firmó contrato alguno. El fiscal que llevó el caso siempre aseguró que Manson creía que aquella era todavía la casa de Melcher y que el motivo de la matanza de 1969 fue la venganza por no haberle convertido en una estrella. Manson siempre ha negado “esa estupidez”.
Cuando los cuatro llegaron a la casa, no había oscurecido. Bien entrenados gracias a las absurdas misiones de Manson, aguardaron escondidos entre los matorrales. Al anochecer, Tex detuvo a un coche que salía de la casa y que conducía un pobre diablo de 18 años llamado Steve Parent que había ido a Cielo Drive a tratar de vender una radio. Tex gritó “¡Alto!”. Parent bajó la ventanilla, vio el cuchillo de caza y el revólver, y suplicó: “Por favor, no me hagas daño; no voy a decir nada”. Tex le tiró una cuchillada que Parent defendió con la mano. Luego, Tex le disparó cuatro veces en el pecho.
En las montañas de Santa Mónica, donde estaba el 10050 de Cielo Drive, cuatro disparos lejanos no son nada. Sharon Tate estaba en su dormitorio charlando con su íntimo amigo Jay Sebring, un empresario y actor ocasional que estaba enamorado de la actriz. Tate, por cierto, estaba embarazada de ocho meses y medio. Los dos habían cenado en el restaurante El Coyote junto al matrimonio (mal avenido) que formaban el polaco Wojciech Frykowski y Abigail Folger. De vuelta a Cielo Drive, Frykowski se quedó dormido en el salón mientras Folger se metía en la cama a leer.
Era medianoche. Mientras Linda se quedaba vigilando la cancela de la verja, Tex despertó a Frykowski de una patada en la cabeza. El polaco, en un mal inglés, preguntó: “¿Quién eres?”. Tex respondió: “Soy el diablo y he venido a hacer las cosas del diablo”. Susan Atkins entró en el dormitorio de Tate y obligó a punta de machete a la actriz y a Sebring -y luego a Folger- a bajar al salón y a tumbarse boca abajo. Sebring protestó que aquella posición era mala para una embarazada como Tate. Susan y Patricia comenzaron a atar a Sebring y a Tate juntos por el cuello. Sebring protestó de nuevo por el maltrato a Tate. Segunda y última protesta. Tex se acercó y le disparó. Sus gemidos de agonía irritaron al chico Manson, que pateó a Sebring en la cabeza y lo remató a puñaladas.

“Me rindo, habéis ganado”

En aquel caos, Folger comenzó a luchar con Patricia Krenwinkel, que la acuchilló varias veces pero logró saltar por una ventana que daba a la piscina. Entonces, Frykowski logró liberarse y forcejeó con Susan Atkins, que le apuñaló en las piernas. Aun así, el polaco logró llegar a la puerta principal. Atkins llamó a Tex y este alcanzó a Frykowski en el porche, donde comenzó a golpearle con su revólver hasta destrozar una de las cachas. Luego, le disparó dos veces y ambos remataron el trabajo con 51 puñaladas.
De vuelta a la piscina, Krenwinkel había logrado derribar a Folger. Mientras la cosía a machetazos, Tex llegó y tomó el relevo. Las últimas palabras de Abigail Folger fueron: “Me rindo. Habéis ganado. Ya estoy muerta”.
En la casa solo quedaba Sharon Tate, todavía atada al cuerpo destrozado de Sebring. Tate suplicó por la vida de su hijo no nacido. Les pidió que se quedaran con ella como rehén hasta que naciera el niño... Susan Atkins le contestó: “No voy a tener piedad de ti”. Dieciséis cuchilladas acabaron con el niño y con Tate mientras la actriz sollozaba llamando a su madre.
Hubo más muertes antes y después de la noche del 8 de agosto de 1969, como el doble asesinato del matrimonio LaBianca. Pero a los estadounidenses, y a Hollywood le basta con recordar lo que ocurrió en el 10050 de Cielo Drive para que no haya Junta de Libertad Condicional alguna que se atreva a darle la libertad a Charles Manson, un hombre que jamás se ha arrepentido de haber ordenado la matanza y que clama que él, en realidad, no ha matado a nadie.
Si les cabe alguna duda de que Manson morirá en prisión, por mínima que sea, disípenla. La asesina Susan Atkins, renacida en Cristo, arrepentida, dolorosa y suplicante e incluso enferma terminal, jamás volvió a ser libre hasta su muerte en noviembre de 2009.

José Antonio Fúster

Fuente: http://www.intereconomia.com/


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