viernes, 22 de febrero de 2013

El samurai de las guitarras made in Villa Luján



 
A los 42 años, el luthier de Villa Luján (vive frente a la plaza Don Bosco, en Santiago al 1.900) reparte su tiempo entre sus hijas y la construcción matemática -¿por qué no?- de guitarras eléctricas de culto. A propósito, sus instrumentos tienen similitudes sonoras y fabriles -tanto en la curvatura de la forma como en la altura de las cuerdas- con las clásicas Gibson y Fender de finales de los 50 y mediados de los 60, respectivamente. El motivo, en principio: los Beatles.

"Cuando era chico vi por Canal 10 una serie de dibujos animados en la que ellos eran los protagonistas. Tenía 13 años, calculo. A partir de ahí me compré los discos en vinilo y empecé a identificar el particular sonido de las violas", recuerda. Su taller-garage huele a madera fresca, a bosque mojado; arriba de la mesada en la que se esparcen lijas, cepillos y virutas de ébano hay un reloj del siglo XX que marca las 12.25, cuando en realidad son las 15.30 de un martes frío y lluvioso.

A Delgado lo apodan "El Ninja". No por su habilidad para emular el sustain y la calidad de una Telecaster de 1962, por ejemplo, sino por su pasado como taekwondista. Pero el alias empezó a cobrar fuerzas luego de que terminó su primera guitarra eléctrica. No puede precisar el día exacto, aunque reconoce que se trataba de un modelo Stratocaster del 68. "Lo importante es conseguir la madera, después viene el trabajo en detalle. Yo trabajo con arce, ébano o aliso norteamericano. Una vez intenté hacer una guitarra con aliso tucumano, pero no es tan duro y compacto. Los bloques de guindo también sirven y se consiguen en la Patagonia", explica Delgado.

Su carpintería fue bautizada por su amigo Juan Carlos Sarmiento como la "Escuelita del rock". En las paredes del taller hay dos posters evidentes: uno de John Lennon en pleno concierto y otro de los Beatles, de smoking en las escalinatas de una casa británica.

"Una vez hizo un instrumento de viento con un pedazo de tronco que encontró en la plaza. Nunca ha fumado ni tomado, es muy de la casa y vegetariano", revela Isolina Díaz, su madre.

Los perros ladran en el jardín, paró de llover, los colectivos atraviesan la Santiago, el cielo se despeja, los clientes visitan el domo, cocinan pizzas, beben una que otra cerveza y la tarde anaranjada impregna la leña del taller.

A principios de los 90 Delgado cursó la tecnicatura en construcción y restauración de guitarras clásicas en la Escuela de Luthería. Su profesor, Eduardo Riera, cual maestro Miyagi, le enseñó a "encerar y pulir". "Me demostró que no hay que limitarse sin haber intentado. Gracias maestro. Mi papá también aportó lo suyo; me inventaba juguetes y estimulaba mis habilidades", cuenta.

Encerar... pulir
Para diseñar sus guitarras, el luthier compra la madera (tablones de alder de una sola pieza), el puente y los micrófonos en eBay.com. Aclara, entre risas: "pierdo en la aduana". Una vez que recibe el material utiliza la sierra sin fin para esbozar la forma del instrumento, tomando como referencia los planos que ofrecen los manuales de Fender y Gibson. Luego corta la forma y alisa las rugosidades de la madera con un cepillo. Para alisar la superficie emplea limas y lijas. Después talla las cavidades donde irán las clavijas, los trastes, el mástil y el nervio de acero (la columna vertebral) que lo atraviesa por dentro, el potenciómetro y los micrófonos (prefiere los Seymour Duncan). Finalmente, aplica varias capas de nitrocelulosa sobre la guitarra para que se compacte y pierda grosor. Al secarse la pintura, calibra el instrumento con un encordado nuevo, gradúa la altura de los micros y la rectitud del mango.

"Y ahí tenés música", prosigue el luthier, idólatra de la Torasso de naranja, de las motos, de Black Sabbath, Deep Purple, Jimi Hendrix y Led Zeppelin.

"Las primeras Fenders y Gibsons tenían diapasones curvos para que que los acordes fueran más accesibles. Siempre invito a músicos para que las prueben cuando las termino. Para reconocer la calidad del sonido todo tiene que encajar a la perfección, sin errores. Ahí esta el secreto", dice. Cuatro meses es el plazo que demora en construir una guitarra/katana que -poco y nada- tendrá que envidiarle a las reconocidas marcas importadas.

"Me emociono mientras trabajo la madera; me alegro cuando termino, pero siento una profunda tristeza cuando la despido. Contemplo la armonía, la belleza y el amor con el que la hice", se sincera el ninja de 1984. O mejor dicho, el samurai heavy de Villa Luján.
 


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