domingo, 7 de abril de 2013

La hija de Paul McCartney triunfa como diseñadora con prendas intemporales y carga contra los modistos que «manipulan» a las mujeres

 
Hay apellidos que lo mismo sirven para propulsar carreras como para tumbarlas. McCartney es uno de ellos. Cuando Stella lanzó su primera colección muchos le acusaron de aprovecharse de la fama de sus padres. Nadie puede negar de quién es hija. Es un calco del beatle más famoso. Los mismos ojos azules e idéntico corte de cara, salpicado de unas simpáticas pecas. Los prejuicios cayeron sobre ella pensando que sería otra hija de papá dispuesta a hacer fortuna en un mundo demasiado tentador para los famosos que buscan hacer carrera por la vía rápida. Si bien es cierto que rellenó con un nombre falso su solicitud de ingreso en la elitista escuela de Saint Martins College, después la han tendido muchas alfombras rojas para allanarle el camino.
Con solo quince años hizo prácticas en el taller de Christian Lacroix y siendo aún una cría le dio tiempo para fajarse en Savile Row, la calle de los sastres tradicionales londinenses. Allí aprendió el oficio, haciendo ropa a medida para hombres. Sus amigas le echaron luego un capote para rematar su trabajo de fin de carrera y posar con sus modelos. La hija de la leyenda del rock siempre ha tenido una gran habilidad para rodearse de imponentes maniquíes y las actrices más 'cool' de Hollywood. Por eso a casi nadie le sorprendió que sus íntimas Naomi Campbell, Kate Moss y Yasmin Le Bon desfilasen a los acordes de la banda sonora que le compuso sir Paul McCartney.
Las sospechas crecieron cuando, en 1997, sin ninguna experiencia fue nombrada directora creativa de Chloé. Con solo 25 años se puso al frente de una de las marcas más exquisitas. La decisión removió los cimientos de una industria donde los nombramientos de relumbrón suelen están reservados a figuras consagradas. Stella era entonces una don nadie. Fue Karl Lagerfeld, gurú de Chanel, quien más leña echó al fuego al hacerle ver que nunca formaría parte de su círculo de amistades. «Deberían haber escogido a un gran nombre. En realidad, lo han hecho, pero de la música, no de la moda», sentenció. Stella siempre ha sabido sacudirse las críticas que le han perseguido: «Crecí con un nombre en mi familia y soy consciente de la importancia del mismo». Las palabras de Lagerfeld resultaron totalmente desafortunadas. Dos años después de su nombramiento, quintuplicó las ventas y situó el nombre de Chloé, donde solo permaneció cuatro años, entre las firmas más deseadas.
Prueba de que tenía una fe ciega en sus posibilidades es que reivindicó su espacio en la moda con nombre propio. En 2001 constituyó su marca. No solo eso. Fijó la reglas del juego al ir al 50% con el conglomerado PPR, propietario de Gucci, Balenciaga y Saint Laurent Paris, entre otras etiquetas de lujo. Desde que era niña soñaba con ser diseñadora, pero quería caminar sin ataduras. «Todavía me veo al borde de la cama observando a mis padres con los ojos bien abiertos mientras se preparaban para las veladas que tenían todas las semanas. Siempre me sentí atraída por las cosas bonitas. Mi madre se adelantó a su tiempo con la ropa más alucinante. Tenía un toque irreverente», relata.
Muerte en los zapatos
La influencia de la difunta Linda Eastman en la defensa de los derechos de los animales ha marcado su vida personal y profesional. Es conocido el rechazo de Stella al uso de las pieles, aunque sabe que esta opción limita su negocio. Solo utiliza algodones orgánicos. Jamás trabaja con cuero y PVC. «Hay mucha muerte en un zapato de piel y yo huyo de ello. Todo lo que se vende en mis tiendas está libre de crueldad. Es una cuestión de conciencia». La creadora intenta ser «responsable y fiel» a sí misma. Juzga inconcebible que más de 50 millones de animales se maten al año «solo para la industria de la moda». En las limitaciones parece estar también el secreto de su atronador éxito. «Crecí en una granja, toda mi familia es vegetariana e intento hacer negocios de una manera responsable. No quiero ser una hipócrita», subraya.
Aunque evita señalar a nadie, Stella se ha convertido en el 'pepito grillo' de una industria que no puede seguir con las «mismas reglas de hace cientos de años». Más de una vez ha invitado a sus colegas a trabajar «sin dañar» el medio ambiente, aunque reconoce que los cambios «asustan» en el sector del lujo. «Matar animales no es un lujo», confesó tras recibir la Orden del Imperio británico, cuya condecoración le entregó la reina Isabel en el Palacio de Buckingham. Allí volvió a dar muestras de su indomable carácter. Insistió en que intenta hacer prendas que «no den dolor de cabeza», defendió el carácter intemporal de su ropa -«no hay por qué ir vestido siempre a la última»- y se rio de quienes le echan en cara que carezca del talento de Alexander McQueen o de otros genios que salieron de su misma escuela, como John Galliano, Kenzo o Yamamoto.
Desde 2004 diseña la ropa deportiva para Adidas -«siempre me había parecido horrible ver a esas mujeres estilosas entrenando con camisetas y pantalones ridículamente masculinas»-, el año pasado creó los uniformes que lucieron los atletas de Reino Unido en los Juegos Olímpicos de Londres y la revista 'Time' la eligió uno de los personajes más influyentes. Aunque tampoco las distinciones parecen impresionarla: «Todos tenemos ese momento en que te sientes exultante, pero cuando tu hijo vomita sobre ti te devuelve a la realidad», confiesa.
Madre de cuatro pequeños, a sus 41 años triunfa con sus diseños sostenibles y se permite marcar las diferencias con sus colegas masculinos. «Hay creadores fantásticos que aman a las mujeres, pero, a veces, podemos sentirnos algo manipuladas. Una mujer siempre tendrá un punto de vista diferente porque somos nuestras primeras modelos y clientas. Yo hago moda que está más cerca de la realidad y necesidades de las mujeres», recalca una creadora que triunfa sin vivir a la sombra de su padre, aunque Paul McCartney es un indiscutible fijo en el 'front-row' de todos sus desfiles.
 
Luís Gómez
 


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