Right on the pace. Acudiendo al argot, Kimi Raikkonen fue “rápido desde el primer momento” en su retorno a la Fórmula 1. No era de extrañar, porque el finlandés encarna al piloto nórdico dotado de inmenso talento natural que tan impresionantes ejemplos ha deparado en el mundo de los rallies.
Hasta Jackie Stewart y Gilles Villeneuve le admiraban
Siempre acompañado de su bella e inseparable Barbro –cronómetro y tabla de tiempos en la mano-, debutó en 1970 en la Fórmula 1 a bordo de March privado. El año siguiente terminó subcampeón por detrás de Jackie Stewart. “Muchas veces, particularmente en 1973, le seguía en una curva y pensaba: “¡Oh, oh, Ronnie, esta vez te has pasado, estás fuera!” recordaba el propio Stewart, “pero siempre conseguía recuperarlo. Nunca me sorprendió que los espectadores le adoraran, era excitante verle incluso desde donde yo estaba”.
Hoy en día resulta casi imposible ver un monoplaza derrapar. Sin embargo, por aquel entonces, era perceptible a simple vista apreciar la lucha de un piloto por exprimir su monoplaza como una bayeta. Como explicaba Stewart, en 1973 Peterson maravilló con una habilidad casi malabarística, “La gente todavía se acordaba de Peterson con aquel Lotus 72”, recordaría también Gilles Villeneuve, “y lo entiendo, estoy de acuerdo con ellos. Es el tipo de espectáculo que quiero dar a la gente”. Si el legendario Villeneuve opinaba así, imaginen quién podía ser Ronnie Peterson.
“Te hacía tirarte de los pelos”
Rino Buschiazzo, el carismático jefe de mecánicos con Lancia en el Mundial de Rallies, se admiraba con el talento del pluricampeón finlandés Juha Kankkunen: “Le daba igual que las ruedas miraran hacia fuera o estuvieran “bizcas” hacía dentro”. Así también Ronnie Peterson, piloto de reflejos, puro instinto frente a la obsesión de la puesta a punto para la que, también opinión unánime, era un negado.
“Podías cambiar el coche totalmente y te hacía los mismos tiempos”, explicaba Colin Chapman, “le preguntabas si sentía la diferencia y te decía, “ummm, derrapa un poco más”. “¿Dónde? Delante, detrás?”, y te contestaba que no estaba seguro. Te hacía tirarte de los pelos. Pero colocaba el coche en la pole, así que no podías enfadarte con él”. Al propio Emerson Fittipaldi, con quien coincidió en Lotus “le hacía volverse loco, porque copiaba sus reglajes, y en un par de vueltas había batido sus tiempos”.
“Una honestidad no muy habitual en este negocio”
Pero Ronnie Peterson era también enormemente querido en el paddock. De personalidad afable, destacaba por su “honestidad, no muy habitual en este negocio”, como reconociera Mario Andretti. Una virtud que se puso a prueba en su retorno a Lotus, en 1978. El americano había desarrollado las versiones 78 y 79 y era considerado por ello el primer piloto del equipo. Peterson aceptó el status y en la pista honró la decisión con su comportamiento.
La superioridad del 79 garantizaba el título a Andretti o a Peterson en 1978. A mitad de temporada, el sueco era ya tan rápido o más que el americano. Cuando ganó en el GP de Austria se colocó a tan solo nueve puntos de Andretti con cuatro carreras para terminar el campeonato. Como había fichado por McLaren para el año siguiente, muchos le recomendaban que se olvidara del acuerdo y disputara a su compañero el título.
En Holanda, la siguiente prueba, Andretti sufrió un fallo en el escape y su coche perdió potencia. Pero Peterson levantó el pie para escoltarle hasta la meta. Cuando la prensa le preguntó, rechazó cantos de sirena: “Tenía los ojos bien abiertos cuando firmé el contrato. Y, además había dado mi palabra”. Fue su última carrera.
Una muerte absurda
Gran Premio de Italia, 11 de septiembre de 1978. Peterson era quinto en la parilla. Una salida errónea por parte de la dirección de carrera propició pocos segundos después una colisión múltiple. El Lotus del sueco impactó con los raíles y comenzó a arder. James Hunt sacó valientemente a Peterson del coche, una escena que precipitaría después su retirada. Las piernas, más encogidas de lo normal porque había salido con el coche reserva de Andretti, estaban destrozadas por múltiples fracturas. Los chasis, entonces de aluminio, eran como latas de sardinas.
Comenzó un cúmulo fatal de despropósitos. Los comisarios rodearon su cuerpo y evitaron que el doctor Watkins le atendiera en el primer cuarto de hora. La ambulancia llegó tarde. Trasladado al Ospedale Maggiore de Milan fue operado durante horas para estabilizar las fracturas. De madrugada sufrió una embolia y falleció por la mañana. Un accidente similar no hubiera tenido semejante desenlace en el presente. Mario Andretti se proclamó campeón del mundo en aquella misma carrera.
Barbro no pudo olvidarle
La Fórmula 1 nunca olvidó a Ronnie Peterson. Barbro, su mujer, tampoco. Intentó encontrar consuelo en los brazos de John Watson, otro piloto que estaba enamorado de ella y la cuidó con mimo, así como a Nina, la hija de la pareja sueca. Pero, sumida en frecuentes depresiones, Barbro no aguantó más y se suicidó en 1987. Nina crearía años después un museo dedicado a su padre en la localidad de Örebro, donde una estatua recuerda su memoria. Barbro reposa junto a él.
“Más rápido que una bala saliendo de un cañón. El es más rápido que nadie, más que un parpadeo, nadie sabe cómo lo hace”. Tan especial fue Ronnie Peterson que incluso el “Beatle” George Harrison, gran aficionado a la Fórmula 1, dedicó una canción a su memoria en 1979. “Es cierto, dicen, “he is the master of going faster” rezaba la letra de la canción, cuyo título, ciertamente, no podía ser otro: “Faster” (“El más rápido”).
Fuente: http://www.elconfidencial.com
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