Los Beatles no fueron los primeros en aprovechar el cine como vehículo promocional. Ya Bing Crosby había aprovechado las posibilidades de los diversos medios de comunicación, y Frank Sinatra había conseguido erigirse como un auténtico teen idol de los años cuarenta, por más que la idea de un Sinatra a lo Justin Bieber nos resulte hoy difícil de digerir. Pero, sobre todo, desde el éxito de “Rock Around the Clock”, de Bill Haley and the Comets, en los títulos de crédito de Semilla de maldad (Blackboard Jungle, 1955), se hizo patente que el cine podía resultar de gran utilidad de cara a la comercialización de música.
Sin embargo, el ejemplo definitivo de jukebox musical eficaz en su cometido promocional respecto a un artista musical es ¡Qué noche la de aquel día! (A Hard Day’s Night, 1964), dirigida por Richard Lester. El filme jugaba con la idea de un día cotidiano en la vida de los Beatles, incluyendo sus intentos de esquivar a los fans, sus discusiones con sus representantes, y la preparación y ejecución de una actuación televisiva. Al contrario que las películas de Elvis, el cual interpretaba a diferentes personajes de ficción (por más que, cual Antonio Resines con tupé, sus personajes tuvieran extremas semejanzas entre sí), los personajes de las películas de los Beatles eran los propios integrantes del grupo interpretándose a sí mismos, que, convenientemente guionizados, se presentaban como gente “real”.
A Hard Day’s Night fue financiada con capital estadounidense y realizada en muy poco tiempo, ya que pretendía explotar en Estados Unidos el fenómeno pop que suponían los Beatles en Europa y que, en un alarde de ojo crítico por parte de la industria musical, se presumía que no duraría mucho más de un año. La película se construía a partir del álbum y no al contrario; según se iban componiendo las canciones, se incluían en el filme. Todo esto da idea de la función promocional que la película debía cumplir respecto al álbum, que se manifiesta, pues, de un modo mucho más evidente que en los musicales que le antecedieron.
El filme pretendía traducir la cultura juvenil alocada y vividora a un plano visual y, en consecuencia, conectar con el público joven, que, como consecuencia del baby boom de los años cincuenta, era cada vez mayor y más lucrativo. Evidentemente, tal conexión pasaba por el atractivo de los componentes del grupo y la proximidad entre estos y el público, razón por la que se cuidó notablemente la imagen de los mismos. Por una parte, se configuró una apariencia y una personalidad que alinearía a los Beatles con la cultura juvenil pero sin molestar a los adultos. Por otra, se creó un guión que capturaba sus personalidades, individualizando y caracterizando a cada uno de los componentes del grupo.
Siguiendo ideas previas que ya circulaban en la prensa, Owen distribuyó roles diferentes para los cuatros músicos: George Harrison era considerado como una persona normal y tranquila, John Lennon como el gracioso del grupo, Ringo Starr como el chico entrañable y realista, y Paul McCartney como el responsable. Richard Lester lo hace explícito: “En lo que nos concentramos fue en ampliar, en exagerar las diferencias entre sus personalidades para crear artificialmente una separación”. Se observa, pues, una caracterización individual de cada uno de los miembros del grupo, algo que se convertirá en una constante de cara a la comercialización de grupos recientes como Take That o Spice Girls. Quizá la construcción de los personajes de la spice deportista, la spice pija o la spice infantil fuera más gruesa y artificial, y no cabe duda de que la calidad del experimental A Hard Day’s Night está a años luz de la mera imitación Spice World (Bob Spiers, 1997). No obstante, parece evidente que sus objetivos eran, al fin y al cabo, los mismos.
Fuente: http://www.nosologeeks.es
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