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viernes, 6 de abril de 2012
Sin macartizar, ya llega McCartney
Eduardo Arias (E.A.):Yo lo más cerquita que he visto
a Paul McCartney es en el Teatro Metro de la 24 con Séptima. Eso fue en Let It
Be y estaban los Beatles en una terraza. Fue una experiencia en dos
dimensiones.
Gustavo Gómez (G.G.): Yo nunca he visto a Paul
McCartney porque él está muerto (Paul is Death). ¿Cómo lo voy a ver en vivo sí
él ya murió?
E.A.: Además murió mucho antes de que usted naciera
porque fue en el 66.
G.G.: Claro. Aunque a la persona que lo reemplazó,
que lo ha hecho con lujo de detalles, tampoco la he visto nunca. Las pruebas de
que McCartney murió están en las letras, en los discos, en las carátulas, en
todas partes.
E.A.: Pero bueno, para esta conversación vamos a
aceptar que está vivo y que salió en Abbey Road descalzo porque salió de
chancletas en una bonita mañana y tenía un afán terrible.
G.G.: Partiendo de ese acuerdo sobre lo fundamental,
digo que yo voy a ir al show de McCartney en Bogotá.
E.A.: Yo no voy a ir por dos razones especiales. La
primera es que con la vejez los conciertos ya me están aburriendo. Y lo segundo
es que es superior a mis fuerzas ver a 70 mil personas cantando en coro Hey
Jude. Eso supera mi capacidad de aguante físico.
G.G.: Pero espere a que canten Yesterday.
E.A.: No, pero es Hey Jude en particular, porque es
una canción que detesto desde hace mucho años.
G.G.: Eso es porque suena mucho en los contestadores
de las oficinas.
E.A.: A mí McCartney me cae muy bien, lo admiro
profundamente como personaje, pero no voy a ir. Claro que si a mí alguien me
garantiza con una de esas pólizas de cumplimiento que “Sir James Paul McCartney,
natural de Liverpool, se compromete a no tocar Hey Jude en El Campín”, ahí sí me
parecería muy bien.
G.G.: Yo he podido ir a verlo en varios momentos de
mi vida y no he querido por una cuestión. Cuando yo empecé a oír a los Beatles
me emocionaba mucho el hecho de saber que ellos un día podían aparecer en Nueva
Zelanda, y que llegaban a su casa y que no había que ir a buscarlos sino que
ellos venían hasta donde uno estaba. Ver a McCartney en Miami es bueno, pero es
aséptico; verlo en Europa es bueno, pero es ajeno a uno. Lo que siempre soñé era
que alguno de ellos, no todos juntos porque era imposible, viniera aquí, y ver a
un señor en la entrada del estadio vendiendo una camiseta que dijera “Paul
McCartney Live Bogotá”.
E.A.: Claro que yo le hice un trabajo de peregrinaje
a los Beatles que tal vez usted hubiera aprovechado mucho más que yo. A mí me
salió un viaje a Londres para la revista Gatopardo y gestioné una cita en los
Estudios de Abbey Road y allá estuve.
G.G.: Ése fue el lugar de la creación para
ellos.
E.A.: Lo más curioso es que uno hablaba con las
personas allá y les preguntaba sobre las máquinas y la respuesta era: “Están por
ahí arrumadas, porque tratamos de subastarlas pero a nadie le interesó la
grabadora de cuatro pistas del Sgt. Pepper’s”, pero la ropa, los cigarrillos,
las carticas sí son artículos de colección. La gente está loca.
G.G.: Yo también estuve en los estudios, pero mi
experiencia no fue tan agradable como esa. En Inglaterra pedí que me llevaran a
los estudios y traté de entrar, petición que me fue negada en la cara y no me
quedó más recurso que firmar el muro blanco de la puerta. Ahí puse mi frase: “Yo
amo los Beatles”, pensando que había hecho historia, pero la persona que me
invitó me rompió el corazón solitario del sargento Pimienta una hora después
cuando me dijo que cada tres meses el muro lo vuelven a pintar de blanco.
E.A.: Además de la imposibilidad de subastar sus
equipos, me parece increíble que el orgullo máximo de los estudios Abbey Road no
es el grupo, sino las bandas sonoras de películas.
G.G.: Esa historia está parecida a la del violinista
colombiano Carlos Villa, que casi no habla del tema de los Beatles porque
simplemente en los 60 no le interesaba ese tipo de música. Él fue uno de los
tantos músicos que tocó para ellos, no sabe ni en qué disco.
E.A.: ¿El concertino colombiano tocó con los
Beatles?
G.G.: Sí, en el estudio. Él dice que tocó en Eleanor
Rigby, pero que en el máster final no quedó. Le parecían talentosos, pero hacían
una música muy extraña para su gusto. Eso sí, se sabe de muchos colombianos que
han tocado con Ringo, pero les da pena contar.
E.A.: Cómo ha cambiado Colombia. Recuerdo que cuando
Ringo cantaba No, No Song, en donde decía que la marihuana le llegaba de
Colombia, la gente se ponía feliz y decía: “Qué maravilla, existimos, Ringo nos
menciona”.
G.G.: A propósito de eso, yo leí en un artículo que
John Lennon había estado en Cartagena invitado por un colombiano. El mito dice
que estaba con Yoko, y en uno de sus viajes seguramente paró a proveerse de
algo, pero yo nunca he podido hablar con nadie que lo haya visto en
Cartagena.
E.A.: También dicen que Mick Jagger estuvo en
Colombia, pero como echan tantos cuentos, uno no sabe.
G.G.: Eso es verdad.
E.A.: Yo no soy fan de ningún grupo porque eso exige
que a uno le gusten todas las canciones. Creo que los Rolling Stones eran más
consagrados al rock, al blues. Con ellos no se mitificó ningún estudio y uno no
tiene clara casi ninguna de sus grabaciones.
G.G.: Abbey Road sí fue la casa de los Beatles.
Incluso no tenía ese nombre. Cuando yo hice ese viaje en el que no pude entrar a
los estudios, me fui mapa en mano a buscar la casa de Paul. La encontré y empecé
a brincar y decían que siempre había unas ‘grupis’ ahí, pero ese día no había
nadie.
E.A.: Pero McCartney sí consideraba que ese estudio
era su casa y le gustaba mucho grabar ahí. Dicen que cuando no había nadie, él
llegaba otra vez a grabar la batería.
G.G.: Eso es porque a él le encantaba regrabar la
batería de Ringo. Qué mal tipo. En el Álbum blanco, Ringo se va furioso un día
porque le regrabaron la batería y otra serie de incidentes con sus mujeres.
Luego McCartney le llena la batería de flores y le ofrece disculpas.
E.A.: A mí lo que me parece admirable es que una
persona de su edad, con tanto trajín en los escenarios, se le siga midiendo a
todo.
G.G.: Lo que pasa es que él en vivo canta no sólo
canciones de exigencia vocal, sino de exigencia gimnástica.
E.A.: Es un hombre muy cálido en el escenario. Uno
tiende a odiar a McCartney porque por culpa suya se acabaron los Beatles, y toda
esa pataleta que hizo que uno macartizara a McCartney en los 60 y 70. Uno decía:
“el bueno es Lennon y el malo McCartney”.
G.G.: Pero es que a los Beatles no los acabó
McCartney sino John Lennon que ya no era beatle desde el 65 y lo único que
faltaba era que alguien viniera y se lo recordara, y esa fue Yoko.
E.A.: Ella le dijo: “Tú eres un artista, recuerda
que querías estudiar pintura y demás”.
G.G.: Claro que hay una cosa que hay que dejar en
claro. El problema de Yoko no es haber acabado con los Beatles, es otro. En los
70, McCartney crea Wings, un grupo familiar en el que él manda, y Linda se para
ahí sin estorbar. En cambio Lennon padece de una sordera increíble y cree que
Yoko tiene talento musical y puede estar con él en los estudios y él destruye
sus discos cantando una canción él, una ella y otra los dos, y por eso algunos
de los registros de Lennon son terribles.
E.A.: Es que McCartney sentía que el capo era Lennon
y era el que se encargaba de la creación de los detalles que marcaban la
diferencia. Eso es lo que pasa con muchas canciones de los Beatles, que son
McCartney, pero Lennon es el que hace que la canción sea diferente.
G.G.: En las ruedas de prensa, cuando llegan a
América, se muestra quién es quién. Funcionan muy bien.
E.A.: McCartney es un personaje muy especial porque
resume la cultura popular del siglo XX, porque por un lado tiene la tradición
del music hall, pero también tiene un espíritu rockero impresionante, y a eso
hay que sumarle el olfato comercial y una capacidad de no tenerle miedo al
oso.
G.G.: Él tiene oratorios y cuatro discos de mal
llamada música clásica. McCartney tiene una saludable vanidad porque él quiso
probarse en todos los escenarios, incluso en los boleros, y no quiere que nada
le quede grande. Su deseo es ser un hombre del Renacimiento en música y tiene
una competencia consigo mismo. Claro que Lennon vivió tres décadas menos que
McCartney y nos faltó por conocer 30 años de John y no sabemos qué estaría
haciendo. Tal vez jingles, no se sabe.
E.A.: A mí me gustó mucho el álbum de McCartney
Flaming Pie, pero confieso que me quedé ahí.
G.G.: Él es muy vivo. Saca muchos discos y toca
distintas fibras y tiene un montón de álbumes pensados para ser interpretados en
vivo. No es como Luis Miguel, que lleva 36 trabajos de bolero; él sabe que la
mezcla es la que lo hace eterno.
E.A.: Por más cliché que pueda sonar: es
inclasificable a pesar de que uno en el colegio, años 74 y 75, pensaba que él
era el de las cancioncitas tiernas. Pero hay muchas de ese estilo que son obras
maestras, como For No One.
G.G.: Cerremos la conversación con un experimento
macabro: McCartney toca el 19, y por esa vida tan agitada muere al día
siguiente. Al repetir esta conversación en 10 años, John Lennon seguirá siendo
recordado por lo que dijo o lo que se supone que dijo, por sus posiciones
políticas, pero McCartney será recordado por su música.
E.A.: Totalmente de acuerdo.
Fuente: http://www.elespectador.com
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