jueves, 11 de septiembre de 2008

Un museo insólito: Los Beatles, en Leningrado

Cuando los Beatles surgieron para gozo de millones de jóvenes, no era sólo en España donde el buen sentido levantó en su contra grandes voces airadas. Allá por los países del Este se metía a esta gentuza enmelenada en el mismo saco que a Freud o las computadoras: una muestra de la decadencia burguesa.
Y sin embargo siempre hay quien lleva la contraria a lo sanamente opinable. Un tal Nikolai Vassine, de 34 años, mantiene un museo de los Beatles nada menos que en Leningrado. La verdad es que no ha tenido mucho apoyo oficial y en ninguna guía oficial va a poder encontrarse el turista olímpico con la dirección del museo, situado en un apartamento de un bloque comunitario en las afueras de la ciudad.La historia comenzó en 1964, cuando el bueno de Kolia escuchó por primera vez a los Beatles (no se sabe gracias a qué mecanismo clandestino). El hombre quedó altamente impresionado y cinco años más tarde comenzó una colección algo fetichista de los que, ya para siempre, iban a ser sus ídolos. A lo largo de este tiempo, Vassine ha logrado reunir unas 10.000 fotografías del conjunto, así como noventa discos de todo tipo, lo que no es poco teniendo en cuenta las dificultades ambientales. Pero el museo (forrado por todas partes de posters en los que figuran los héroes) no sólo es un lugar de estudio y curiosidad, sino también de culto. Así, cada uno de los Beatles posee su propio altar, mientras que John Lennon, más favorecido por el ímpetu eslavo (y a pesar de sus simpatías por el trotskismo), posee una estatua tamaño natural, así como una reproducción exacta de su primera guitarra.
Nikolai mantiene además un fichero actualizadísimo de las andanzas de cada uno de los Beatles, tanto de la época en que cobraban juntos como de sus actividades por separado. En todo caso, las piezas del museo no pasan de mostrar el voluntarismo de un joven ruso, pero están llenas de ternura. Así, Kolia muestra como su pieza más valiosa un disco firmado por John Lennon y dedicado a él. De aquí su pasión agradecida, que le lleva a manifestar que John es sólo comparable a Dostoievsky, Beethoven y Picasso.
Once pesetas la entrada
La entrada no es gratuita, pero nadie va a arruinarse por pagar diez kopecks (unas once pesetas) por entrar en el santuario. Además, si pone tres kopecks más (unas cuatro pesetas) puede tomarse un típico té inglés acompañado de pastas de la casa.Y si alguien cae por Leningrado el 9 de octubre tendrá la ocasión de asistir al concierto-aniversario de John Lennon que Kolia prepara todos los años con los grupos marginales de la ciudad. Al mejor se le regala una efigie de John en medalla de bronce. Claro que también puede encontrarse uno con que el concierto no se celebra, o que es interrumpido bruscamente por la policía, o cualquier otro accidente de este tipo.
En todo caso, la historia de este beatlemaniaco eslavo también es la de una frustración. Durante los años de la guerra fría el rock estaba lisa y llanamente prohibido, como producto americano que era. Luego, andando el tiempo, la cuestión dejó de ser tan política para convertirse en directamente ideológica. Hace un par de años, algún grupo checoslovaco, como Plastic People of the Universe, fue acusado de subversivo, hecho este que se reprodujo casi idénticamente en Polonia. Mientras, a grupos húngaros como Omega, que no protestaban y sólo hacían rock sinfónico, se les permitía tocar en vista de que ingresaban divisas. Otro tanto ocurre ahora con Neoton, otro grupo húngaro discotequero hecho a imagen y semejanza de Abba. Por otra parte, hace un tiempo Bill Graham intentó montar unos conciertos de rock en la plaza Roja o donde fuera (Santana incluido), pero surgieron tal cantidades de problemas diplomátícos que prefirieron dejarlo. Está visto que la música en el Este no pasa en sus importaciones de los Michels, Raphaeles o Boney M. Claro que en otros lados lo tienen peor: en Albania, sin ir más lejos, te cortan el pelo. Igualito que ocurría aquí, sólo que quince años después.

Fuente: www.elpais.com

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